lunes, 18 de abril de 2011

El Hererro de Wootton Mayor


(…)

Levantó la tapa y mostró la caja al herrero. Había un pequeño compartimiento vacío; los demás estaban ahora llenos de especias frescas, de fuerte aroma. Los ojos del herrero comenzaron a llenarse de lágrimas. Se llevó la mano a la frente y la estrella se desprendió con facilidad, pero sintió una súbita punzada de dolor y las lágrimas le rodaron por las mejillas. Aunque la estrella volvió a brillar con fuerza en su mano, no podía verla, y sólo distinguía un borroso fulgor que le parecía muy lejano.

“No puedo ver bien” dijo. “Tendrás que ponerla tu por mí”. Extendió la mano, y Alf tomó la estrella y la colocó en su lugar, y la estrella se apagó.

El herrero se dio vuelta sin añadir una palabra y se encaminó a tientas hasta la puerta. En el umbral advirtió que la vista se le volvía a aclarar. Anochecía, y el lucero de la tarde brillaba próximo a la luna en un cielo luminoso. Al detenerse un momento a contemplar su hermosura, sintió una mano en el hombro y se volvió.

“Me has dado la estrella sin nada a cambio”, dijo Alf. “Si aún deseas saber en que niño va a recaer, puedo decírtelo.”

“Claro que sí”.

“En quien tu indiques”.

El herrero quedó desconcertado y su respuesta no fue inmediata. “Bueno”, dijo vacilante. “No sé que pensarás de mi elección. Imagino que tienes escasos motivos para sentir afecto por el nombre de Nokes; pero, en fin, su bisnieto Tim va a ir a la Fiesta. Su padre es algo muy distinto.”

“Lo he notado”, dijo Alf. “Tuvo una madre sensata”.

“Si, hermana de mi mujer. Pero aparte del parentezco, yo quiero a Tim. Aunque no sea una elección obvia.”

Alf sonrió. “Tampoco tu lo eras”, dijo. “Pero estoy de acuerdo. La verdad es que ya había señalado a Tim.”

“Entonces, ¿por qué me pediste que escogiera?

“Fue deseo de la Reina. Si hubieses elegido a otro, yo me habría conformado”.

El herrero miró despacio a Alf. Luego, súbitamente, se inclinó en una profunda reverencia. “Por fin entiendo, Señor”, dijo. “Ha sido demasiado honor”.

“Ha merecido la pena”, respondió Alf. “Ahora, regresa en paz a tu hogar”.


Cuando el herrero llegó a su casa en las afueras del pueblo, al poniente, su hijo estaba a la puerta de la fragua. Acababa de cerrarla, concluido el quehacer diario, y estaba mirando el camino blanco por el que su padre solía regresar de los viajes. Al oír pasos se volvió, sorprendido de verlo venir del pueblo, y corrió a su encuentro. Lo apretó entre sus brazos en calurosa bienvenida.

“Te estaba esperando desde ayer, papá”, dijo. Luego, observando el rostro de su padre, dijo preocupado: “¡Que cansado pareces! ¿vienes desde muy lejos?” “Si, desde muy lejos, hijo. Todo el camino desde el Alba hasta el Atardecer.”

(…)



Autor: J.R.R. Tolkien, El Herrero de Wootton Mayor, fragmento. Ed. Minotauro, España. Imagen: La noche estrellada, Vincent van Gogh, 1889