lunes, 2 de noviembre de 2009

El Rosario


El altar de la Virgen se ilumina,
y ante él de hinojos la devota gente
su plegaria deshoja lentamente
en la inefable calma vespertina.

Rítmica, mansa, la oración camina
con la dulce cadencia persistente
con que deshace el surtidor la fuente,
con que la brisa la hojarasca inclina.

Tú, que esta amable devoción supones
monótona y cansada, y no la rezas,
porque siempre repite iguales sones;

Tú no entiendes de amores ni tristezas.
¿Qué pobre se cansó de pedir dones?
¿Qué enamorado de decir ternezas?


Soneto de Enrique Menéndez y Pelayo (1861-1920)
Imagen: Capilla de Ischillin, Fernando Fader

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