sábado, 3 de abril de 2010

Soneto


No me mueve, mi Dios, para quererte
El cielo que me tienes prometido,
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por ello de ofenderte

Tú me mueves, Señor; muéveme al verte
Clavado en una cruz y escarnecido;
Muéveme ver tu cuerpo tan herido;
Muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
Que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
Y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;
Pues aunque lo que espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.


Anónimo. M. Menéndez y Pelayo lo incluye entre las cien mejores poesías de la lengua castellana (1942). Algunos lo atribuyeron a San Francisco Javier, otros a Sta. Teresa de Jesús.


Imagen: Francisco de Zurbarán, Agnus Dei, 1635_1640.

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